miércoles, 25 de mayo de 2016

Algunas ideas del por qué de la educación

Por Douglas Alberto Gómez Reyes



Cerro Las Ánimas, Chapa de Mota (Otoño, 2013. Fotografía, Nayeli Estrada).

El otoño pasado, durante un campamento astronómico en Chapa de Mota, Estado de México, surgió la pregunta sobre un dilema muy extendido entre los estudiantes de educación media superior, «¿cuál es la razón principal para asistir a la escuela?» (que en esencia, es una pregunta paralela a ¿por qué educarse?). La respuesta fue breve, «mejorar nuestra calidad de vida». Por calidad de vida, me refiero al espectro que va desde la vulgar y superficial aspiración de coche, casa, familia y herencia hasta el loable esfuerzo por construir un mundo más agradable y justo para todos. Sin embargo, en estos días de capitalismo de angustia, es cada vez más difícil ver por uno mismo la importancia de las ciencias, artes, humanidades y tecnología en el desarrollo humano y construcción de las sociedades. Quizá porque el futuro del calentamiento global, desigualdad e injusticia social, deshumanización y subcontratación, se han convertido en razones para postergar indefinidamente el ejercicio de planear el “futuro”.

En afán por vislumbrar una respuesta de mayor utilidad y extensión al dilema de marras, expongo algunas ideas como posible respuesta.

      La educación, riqueza cultural de los pueblos, nos permite cultivar las ciencias naturales, artes y humanidades. A través de la educación el hombre se reconoce mejor así mismo y a los demás seres vivos, se libera de dogmas, ataduras sociales y políticos. Es capaz de modelar su vida de acuerdo con sus aspiraciones e intereses y puede enfrentarse con mayor eficacia a los problemas actuales. La educación forma ciudadanos librepensadores, que es la utopía más refinada a la cual podemos aspirar.

El estudiante (y ciudadano en general) debe: 


  1. Entenderse y afirmase como miembro crucial en el desarrollo y devenir de la sociedad.
  2. Ser curioso y reflexivo, sencillo y juicioso, progresista y empático. 
  3. Saberse y hacerse parte del colectivo que impulsa y se desplaza hacia las sociedades del conocimiento, entendiéndose parte fundamental de este proceso y reconociendo que el único vehículo viable para la transformación es la educación.
  4. Reconocer que la base de las sociedades del conocimiento no se sustenta en los grupos de científicos y tecnólogos, sino en un pensamiento racional del pueblo, posibilitando un mejor cuidado propio y de los demás, aumentando la calidad de vida y convirtiéndonos en ciudadanos más exigentes con las autoridades.

Al fin de cuentas, en el fondo de todas las miserias, la generación que no lucha por heredar un mejor futuro a las generaciones venideras, es una generación fracasada, perdida y olvidada.