miércoles, 25 de mayo de 2011

El cielo; nuestra ventana al Universo

Por Douglas A. Gómez Reyes


La bóveda celeste es cautivante por si sola, es por si misma mucho más bella, excelsa y fascinante que el comenzar a entender como sus eventos rigen y modifican nuestro existir y, más aún, el del Universo. Porque creo improbable que alguno de nosotros al contemplar una hermosa noche, algún punto titilante del cosmos, no sienta en su ser la magnificencia del Hacedor.

El hombre desde sus comienzos no ha dejado de volver la mirada al cielo, en un principio su limitado conocimiento sobre la bóveda celeste forjo en él la creencia que entes omnipotentes lo regían y esto -pensaban-  se manifestaba en los diversos eventos que en el acontecen. Con el transcurrir de los tiempos, fue capaz de discernir lo que para él era una necesidad de fe; producto de su escaso conocimiento, de lo que en realidad es una expresión de la naturaleza.

El hombre ha encontrado una influencia directa del cosmos sobre la Tierra, pues es el espacio sideral y sus cuerpos celestes los que rigen en gran medida nuestro devenir y ha sido el interés natural del hombre por encontrar esta relación, lo que llevó al nacimiento de la astronomía.
La astronomía ha tenido eones de gloria, penumbra, oscuridad e inactividad, pero desde hace poco más de quinientos años ha venido creciendo a un ritmo plausible. La astronomía ha atraído a las mentes más sobresalientes de las épocas y no es de sorprender por el desafió que representa el bosquejar el maravilloso diseño del Hacedor; ya Platón lo dijo: “La astronomía obliga al espíritu a mirar hacia arriba”.

Hace tres mil años, los egipcios creían que en cada anochecer la diosa Nut se comía al Sol poniente, el cual viaja durante la noche por su cuerpo para renacer a la mañana siguiente. Los primeros griegos creían que un escudo esférico protegía a la Tierra de un fuego distante y los pensadores medievales imaginaron un Universo donde los ángeles movían los cuerpos celestes.

Él primero en vislumbrar que la Tierra es la que gira en torno al Sol y no éste en torno a la Tierra, fue Aristarco, griego del siglo III a.C., pero su idea pronto se desvaneció ante el reverenciado Aristóteles y más tarde ante Ptolomeo y más aún cuando la iglesia apoyo la teoría geocéntrica, sumiendo a la astronomía a un periodo de poco mas de mil años de oscuridad. Hasta que en el siglo XVI  un hombre encendió la llama que permitió al la humanidad liberarse de la oscuridad, -donde fanatismo y cobardía de la humanidad habían decidido sumergirla- diciéndole al mundo: “Como sentado en un trono real, el Sol rige a la familia de planetas que gira en torno a él”. Su nombre era Nicolás Copérnico.

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