martes, 27 de noviembre de 2012

La fuerza de Coriolis


Por Douglas Alberto Gómez Reyes

Sobre Tlaxcala, México (Otoño, 2012).
A finales de Octubre, pasado el medio día, miraba entre cúmulos brillar el lago de Chapala. Horas antes, durante el desayuno frente a la Bahía de Banderas, había charlado con un amigo y compañero de trabajo Ingeniero Geofísico, y aunque nuestra conversación se había centrado entorno a resolución y anisotropía sísmica, entre un sol estival y un cielo azul tomó forma el nombre de Gaspard Gustave Coriolis. La brisa del pacífico me hizo recordar aquél ensayo sobre la fuerza de Coliolis que había escrito a finales de la primavera y que yacía en un cajón de mi escritorio, mismo que ahora transcribo y comparto con ustedes. 



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Que la Tierra rote no es evidente, como tampoco lo es que su forma sea casi una esfera porque de serla, ¿qué pensaría aquél que está en la antípoda? ¿Qué estoy de cabeza? ¡Absurdo! Porque no lo estoy. Y se tiene entonces en apariencia que la única hipótesis que nos salva de esta contradicción es postular un mundo plano y con ello revivir la tortuga mitológica que nada con vigor eterno por el Universo sosteniendo con estoicismo a la Tierra plana que yace sobre los lomos de cuatro magníficos elefantes tipo Atlas.
Vi salir el Sol y ponerse casi doce horas después el día del solsticio de Verano de este año como lo vi en el pasado. Vi salir la Luna en fase llena a las 20:45 horas del 4 de Junio y ponerse a las 07:24 horas del 5 de Junio del presente. He seguido a Marte por el telescopio y más de una vez lo he visto retroceder sobre sus pasos celestes para después retomar el camino andado. Muchas veces he visto a Venus asomarse por el poniente en el amanecer de la noche, y en su complemento al oriente en el amanecer del día. Pero si el Sol, la Luna, Marte, Venus y los demás cuerpos celestes salen y se ponen; la Tierra plana es finita. Y entonces, sin más, uno se pregunta, ¿los sentidos nos engañan?

 Las líneas de arriba bien pueden matizar la historia de la búsqueda de respuestas, que sabemos éstas no surgen o aparecen de forma inmediata. Las preguntas pueden esperar a ser escuchadas durante mucho tiempo para después desplegarse en ideas que parecen no tener conexión. Desde mi primer curso de Física en la preparatoria me atrapó, y con el devenir del tiempo me cautivó, la idea de la razón del cambio, pero lo que revolucionó mi visión del mundo fue la razón de la razón de cambio; la aceleración. Hasta ese momento “ya no bastaba con preguntar si algo cambia, sino, antes bien, cuánto cambia y con qué rapidez” (Dickson, 1975).

 Y fue así como surgió en Invierno, entre un estante, un libro de cuerpo tímido y con título de mea culpa para mostrarme que el cuerpo no lo es todo sino lo que en él se escribe y que la mea culpa no es otra más que la forma como se procede para desdeñar las respuestas de lo que llamase Newton y más tarde Laplace, El sistema del mundo. El título del libro, La Increíble Historia de la Mal Entendida Fuerza de Coriolis, escrito por Pedro Ripa.

 La fuerza de Coriolis es de gran interés geofísico para la comprensión de la dinámica de los océanos y las atmósferas planetarias, y en el histórico-epistemológico por la forma en que se enfrenta el observador de la naturaleza a la pregunta, ¿realidad o apariencia?

 Es necesario mencionar dos puntos: el primero que la naturaleza es tal cual y funciona con independencia de nuestras ideas; el segundo, que la ciencia al final no es más que un volumen grande y siempre creciente de conocimientos y que es nuestra manera de hacernos de respuestas del mundo. Como dice Carl Sagan, “la ciencia está lejos de ser un instrumento de conocimiento perfecto. Simplemente es lo mejor que tenemos” (Sagan, C., 1997).

 Al autor del libro, Pedro Ripa, desde la primera línea hace presente de forma simple la complejidad del asunto al declararse por un tiempo secundado de la idea del efecto Coriolis como algo aparente a causa a la rotación de la Tierra, más hace trabajo de hombre de ciencia al aceptar que si la fuerza de Coriolis es ficticia lo es solo en el papel porque en el mundo físico es real y por tanto se debe buscar una mejor explicación, señalando el punto de partida, “precisar los conceptos de aparente y real” (Ripa, 1996).

 Cierto es que hoy día a la escala en que nos movemos consensamos partiendo de la obra científica de Isaac Newton, que nuestro mundo es un sistema mecánico que obedece leyes simples y fundamentales en todo lugar y en todo tiempo, susceptible de ser descrito matemáticamente. Entender las leyes del movimiento de Newton no es asunto trivial, y tan no lo es que a la humanidad le llevó casi veinte siglos, desde los griegos hasta Newton, obtener una explicación correcta de lo que en apariencia es sencillo y evidente como el movimiento de los cuerpos.

 Empero, la obra de Pedro Ripa entraña un murmullo que me llevó la Primavera desentrañar. Si bien hace más de tres siglos que los Principios Matemáticos de la Filosofía Natural (1687) de Newton fueron publicados, existe la persistencia a una mecánica anterior a la newtoniana, la mecánica de Aristóteles. Lo anterior que en principio parece de alarma, no lo es tanto si consideramos que la Física de Aristóteles es la Física de los sentidos, la Física que nos dice que la Tierra es plana y que no rota, la Física del epiciclo-deferente y las excéntricas y el ecuante. En suma, la Física que bien describe el sistema del mundo, pero fracasa en las predicciones. Si habremos de definir realidad y apariencia, debemos tener siempre presente el hecho que las leyes del movimiento de Newton son opuestas a nuestra intuición primaria.

 Pedro Ripa da cuenta del hecho que, “las fuerzas de Coriolis y centrífuga son aparentes en el sentido de que aparecen al escribir la ecuación de movimiento de Newton en un sistema en rotación, que es un marco de referencia para el que no fue originalmente escrita esa ley” (Ripa,1996). Así, la Física de Newton privilegia la posición del observador, posición que debe ocupar dentro de un marco de referencia estacionario susceptible de medición, con independencia de los hechos que en el ocurran, es decir, un marco de referencia inercial, “ya que los movimientos de los cuerpos en ellos no se aceleran; no hay fuerza actuando contra la inercia de los cuerpos” (Dickson, 1975).

 El asunto de las fuerzas aparentes está entonces en la primera ley de Newton, la ley de la inercia, que bien podemos enunciar de la siguiente manera: todo cuerpo continúa en su estado de reposo o de movimiento uniforme en línea recta a menos que este sea obligado a cambiar por fuerzas externas que actúen sobre él. La ley de la inercia parece acorde con nuestro sentido común pues es parte de nuestra experiencia que un objeto que no se mueve no se moverá hasta ser perturbado, al igual que si se mueve debe seguir así hasta que algo lo altere o detenga. Mas las leyes del movimiento de Newton van más allá de cualquier experiencia que podamos tener. En esto Dickson dice; “por muchas observaciones que hayan apoyado sus predicciones, no es posible derivar de la sola observación las leyes de Newton, ni pueden estas, en sí mismas, ser verificadas por la observación” (Dickson, 1975). Creemos que un cuerpo en movimiento uniforme, sin que alguna fuerza externa interactúe con él, sólo habrá de seguir una trayectoria recta. Sin embargo, la única trayectoria posible para que se verifique el movimiento uniforme es tal que en una escala mucho mayor a la que nos movemos, la distancia del cuerpo en movimiento al observador inercial sea siempre la misma, es decir, una trayectoria circular. Y entonces debemos considerar que parte de la respuesta a la apariencia o la realidad depende de la escala. Asimismo, no debe perderse de vista que al momento en que fuerzas externas actúan sobre un cuerpo las leyes del movimiento dejan de cumplirse, a menos que el observador cumpla estrictamente con su posición inercial, asunto que no ocurre con un observador sobre la superficie terrestre. En el siglo XVII Isaac Newton enlazó la física terrestre con la celeste, y desde entonces la enseñanza de la física ha confiado sobremanera en este hecho, sin al parecer hacer un juicio o crítica de hasta donde extender la aplicación en la Tierra a los cielos, donde la cosmología está salpicada de ejemplos postulando estructuras en la más grande de las escalas sin cautela con la mecánica newtoniana, aunque admito, esta es en primera forma la manera general de proceder de la ciencia.

 Las fuerzas centrífuga y de Coriolis son tan reales como las fuerzas centrípeta y normal, y no son ficticias en el hecho de no existir en la naturaleza. El hecho está en si el observador yace en un marco de referencia inercial o en uno rotacional, y el carácter de realidad o apariencia solo será matemático. Por otra parte, no hay ciencia sin el hombre, sin la concurrencia de capacidad de percepción y análisis. Cierto es que la visión del mundo que se nos presenta desde el surgimiento de la mecánica de Newton es distinta y contra intuitiva de la imagen primaria que creamos en la interacción cotidiana, pero esta nueva imagen se amalgamó por el uso y confianza de nuestros sentidos, al observar y razonar lo que se ve. Por último, dado que el asunto de las fuerzas aparentes está en el corazón de la mecánica newtoniana, su abstracción y su carácter de no intuitiva es la primera de dos partes en la persistencia en la mecánica de Aristóteles; siendo la segunda parte, la forma dogmática y unilateral en la enseñanza de la ciencia sin volver a las páginas de la historia y aprender de cómo nos hacemos de respuestas, vamos, aprendiendo de nuestros errores.

domingo, 8 de julio de 2012

El péndulo, la medida del tiempo

Por Douglas Alberto Gómez Reyes

En el siglo XVI, el astrónomo danés Tycho Brahe y sus contemporáneos trataron de usar relojes con fines científicos, pero ni siquiera los mejores eran confiables. Los astrónomos, en particular, necesitaban una mejor herramienta para cronometrar el tránsito de estrellas y de allí crear mapas más precisos de los cielos.

 El péndulo resultó ser la clave para impulsar la precisión y confiabilidad de los relojes. El físico y astrónomo Galileo Galilei –y otros antes de él- experimentaron con el péndulo, pero fue el astrónomo y matemático holandés Christiaan Huygens quién inventó el primer reloj de péndulo, el día de navidad de 1656. Huygens reconoció de inmediato la importancia comercial y científica de su invento y, en cosa de seis meses, un fabricante de La Haya había obtenido ya la licencia para la factura de relojes de péndulo.

 Huygens observó que, al recorrer un arco circular, el péndulo realizaba más rápido las oscilaciones pequeñas que las grandes. Por lo tanto, cualquier variación en la extensión del balanceo del péndulo haría que el reloj se adelantara o atrasara. Tras darse cuenta de que era imposible una amplitud constante (la distancia de la trayectoria) de un balanceo a otro, Huygens concibió una suspensión del péndulo que hacía que su pesa se moviera en un arco cicloidal en lugar de circular, permitiendole oscilar en el mismo tiempo sin importar la amplitud. Los relojes de péndulo eran cien veces más precisos que sus predecesores, reduciendo el adelanto o atraso característico de 15 minutos al día a alrededor de un minuto a la semana. La noticia del invento se difundió rápidamente y para 1660, artesanos ingleses y franceses ya estaban desarrollando sus propias versiones de este nuevo dispositivo de medición.

 El advenimiento del péndulo no sólo incrementó la demanda de relojes sino también provocó su desarrollo como mueble. Pronto empezaron a surgir los estilos nacionales: los fabricantes ingleses diseñaron el gabinete para que se ajustará el mecanismo del reloj; en cambio, los franceses hicieron más énfasis en la forma y decorado de la caja. Sin embargo, Huygens tenía poco interés en esas modas y dedicó gran parte de su tiempo a mejorar el dispositivo, tanto para usos astronómicos como para resolver el problema de encontrar la longitud en el mar.


martes, 19 de junio de 2012

No hay arriba o abajo absolutos

GIORDANO BRUNO
Por Douglas Alberto Gómez Reyes y Mariana Robles Luis.

Todo este orbe, esta estrella, no estando sujeta a la muerte, y siendo imposible la disolución y la aniquilación en la Naturaleza, de tanto en tanto se renueva a sí mismo cambiando y alterando sus partes. No hay un arriba o abajo absolutos, como enseño Aristóteles; ninguna posición absoluta en el espacio; sino que la posición del cuerpo es relativa a la de los otros cuerpos. En todos lados hay un incesante cambio relativo de posición a través del Universo, y el observador siempre está en el centro.
  Sobre la causa, el principio y la unidad,  Giordano Bruno (1584).


Giordano Bruno fue un filósofo y poeta renacentista cuya dramática muerte dio un significado especial a sus escritos. De nombre Filippo y nacido en Nola, un poblado cercano a la ciudad de Nápoles, Italia. Al ingresar a la orden de los dominicos tomó el nombre de Giordano. En esas épocas las órdenes religiosas eran las custodias de los conocimientos científicos (a los que llamaban “ciencias ocultas”) acumulados desde la antigüedad, pasando por los griegos, los árabes y sus  contemporáneos. Con los dominicos Bruno se empapó de la filosofía Aristotélica y de la teología tomista. Giordano viajó a Génova, Toulouse, Paris y Londres donde permaneció dos años, de 1583 a 1585, bajo los auspicios del embajador francés y círculo del poeta inglés Sir Philip Sydney. Escribió Cena el miércoles de ceniza (1584), Sobre el Universo Infinito y los Mundos (1584), así como Sobre la Causa, el Principio y la Unidad (1584). Un año después viajó a Marburgo, Wittenberg, Praga, Helmsted y Frankfurt, donde hizo arreglos para la publicación de sus diversas obras.

 En 1592, por invitación del noble veneciano Giovanni Monceniego, Giordano regresó a Italia para fungir como su tutor privado y aquel malagradecido lo denunció a la Santa Inquisición por hereje. Las autoridades romanas lo mantuvieron en cautiverio durante ocho años en el Castillo de San Ángel interrogándolo para luego procesarlo por los cargos de blasfemia, conducta inmoral y herejía. A deferencia de Galileo Galilei, Giordano Bruno se negó a abjurar de sus ideas, así que el Santo Oficio decidió darle escarmiento quemándolo en una hoguera en Campo dei Fiori el 17 de febrero de 1600. Tuvieron que pasar doscientos años para que se le erigiera una estatua a su memoria en el sitio de su martirologio a causa de su libre pensamiento.

Giordano Bruno murio convencido de la infinidad del Universo, que Dios es palabra-espíritu universal y que todo material particular son manifestaciones de uno e infinito principio. Giordano fue un convencido de la teoría heliocéntrica de Nicolás Copérnico.

martes, 29 de mayo de 2012

Vis Viva

CHRISTIAAN HUYGENS
Por Douglas Alberto Gómez Reyes y André Farih Gómez Bielma.

... Huygens fue el mejor mecánico del siglo diecisiete. Combinó el tratamiento matemático de Galileo de los fenómenos con la visión de Descartes  del diseño último de la naturaleza. Comenzando como un ardiente cartesiano que buscaba corregir los errores más manifiestos del sistema, terminó como uno de sus críticos más agudos. ...las ideas de la masa, peso, momento, fuerza y trabajo fueron clarificadas finalmente en el tratamiento de Huygens de los fenómenos de impacto, la fuerza centrípeta y el primer sistema dinámico jamás estudiado –el péndulo compuesto–.
                                                               J. J O´Connor &E. F. Robertson, Christiaan Huygens.





En mecánica, se toma como magnitudes fundamentales la longitud, masa y tiempo. Estas tres magnitudes físicas perceptibles a  nuestros sentidos, nos permiten derivar magnitudes como la velocidad, aceleración, fuerza, cantidad de movimiento, etc., con los cuales se han logrado establecer  principios físicos fundamentales. Empero, de todos los principios, existe una ley primada que da sentido a todos los demás; el principio de la conservación de la energía.
 La historia de este fundamental principio es tan intrincada y sinuosa como nuestra vida misma, hubo que esperar poco más de siglo y medio para su formulación tal y como la conocemos (desde Huygens hasta Helmholtz). Su origen se ubica en la búsqueda del principio de la cantidad de movimiento (la cuestión de cómo varia el movimiento de los cuerpos cuando chocan unos con otros).
Christiaan Huygens iniciaría con el estudio de las colisiones elásticas el camino de una serie de experimentos y teorías que concluirían en el utilísimo y regulador Principio de la Conservación de la Energía.

Christiaan Huygens nació el 14 de abril de 1629 en la Haya, Holanda. Hijo del filósofo natural y diplomático Constantin  Huygens, amigo de Mersenne y Descartes.
Estudió filosofía natural y matemáticas en la Universidad de Leiden  y más tarde en el Colegio Orange en Breda.

La vida de Huygens es en verdad prolifera en cuanto a desarrollos en ciencias básicas y aplicada se refiere, la cual es claramente impulsada por el deseo permanente de desdeñar la estructura de la naturaleza y mostrar con ello la existencia del libro de la naturaleza al que Galileo hacía referencia y al que Maxwell creía de forma estructurado página tras página de manera ordenada y causal.

La creatividad y perseverancia de Galileo y la perspicacia y reflexión de Newton se hallan conjugadas armoniosamente en la personalidad de Huygens, así como la consagración de sus  ideas hasta el fin del tiempo. Prueba de ello es su teoría luminosa la cual sostiene que la luz es de naturaleza ondulatoria; el principio ondulatorio que predice que cada frente de onda  esférico se comporta como un nuevo frente de onda de la misma frecuencia y fase, conocido como Ley de Huygens, y quid de la sismología; descubrió a Titán (la luna más grande de Saturno) y aclaro el por qué de las fases y cambios de los anillos de Saturno.

Huygens es un hombre que vive su época, consciente de su momento histórico y esperanzado en que la ciencia nos liberte de nuestra propia naturaleza basada sobre supuestos de beneficios dependiente del humor de los tiranos y de la caridad de los ostentosos.

Christiaan Huygens fallece el 8 de julio de 1695 en la Haya, Holanda.

martes, 22 de mayo de 2012

Un abogado y el índice de refracción

WILLEBRORD SNEL VAN ROIDEN

Por Douglas Alberto Gómez Reyes

Willebrord Snel

Es un hecho conocido por todos nosotros que una cuchara dentro de un vaso de vidrio con agua, observada desde un costado del vaso figura estar deformada. El hecho, se debe a la variación de la velocidad de la luz en los tres medios; aire, agua, vidrio.

 Hoy día explicamos este y muchos fenómenos similares aludiendo a las leyes de la refracción o leyes de Snell. Pero, ¿qué es la refracción, cuáles son las leyes de Snell y quién fue Snell?

 La luz viaja con velocidades distintas en materiales distintos. En el vacío su velocidad es de 300 000 kilómetros por segundo, en el aire es ligeramente menor y en el agua es de alrededor del 75% que en el vacío. En el diamante, la luz viaja cercana al 40% de su velocidad en el vacío. La luz se desvía al pasar de forma oblicua de un medio a otro; esto es la refracción.

 Willebrord Snel van Roiden nació en Leiden, Países Bajos en 1580. Aunque su vida es corta puesto que fallece a la edad de 46 años, es cuantiosa en cuanto a sus aportes a la ciencia se refiere. Snell estudia Derecho en la Universidad de Leiden y en 1607 obtiene su licencia. Sin embargo, su predilección fueron las matemáticas, misma que enseñaba en Leiden aún cuando era estudiante de Derecho.

 En 1621, Snell descubre la ley fundamental de la refracción. Sin embargo el no la pública y es hasta el año de 1703 que Christiaan Huygens la da a conocer en sus Dioprica como Leyes de Snell.

 Las leyes de Snell nos dicen: a) el rayo incidente, la normal y el rayo refractado se encuentran en el mismo plano, y b) para cada par de sustancias transparentes, la relación entre el seno del ángulo de incidencia y el seno del ángulo de refracción, tiene un valor constante que recibe el nombre de índice de refracción.

 Willebrord Snell van Roiden fallece el 30 de octubre en 1626 en su natal Leiden, Países Bajos.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Reichskanzler de la ciencia

Hermman Von Helmholtz

Por Douglas Alberto Gómez Reyes

El siglo XIX estuvo regido por el concepto de cambio mecánico, y Helmholtz fue una de las grandes mentes que incubó, desarrolló, fomentó y divulgó ésta idea en varios campos de la ciencia, razón por la cual en su tiempo se le llegará a conocer como el Reichskanzler de la Ciencia (Canciller Imperial de la Ciencia), que gobernaba a imagen de Otton von Bismark, en su propia república de sabios.

Helmholtz nació en 1821 en Potsdam. Hijo primogénito, su padre era profesor de Instituto y su madre hija de un militar prusiano. Educado con una fuerte visión humanista en sus primeros años de vida, aprendió latín, griego, hebreo, árabe, francés, italiano y un poco de inglés. En 1842 obtuvo el título de Doctor en Anatomía de la Pepinière.
Helmholtz leyó a Immanuel Kant y asumió de esté la idea básica que para hacer ciencia y encontrar leyes físicas se debe considerar una suposición esencial: a las transformaciones  naturales debe subsistir invariables fundamentales. Es decir, tiene que haber cosas, sean las que sean, que permanecen constantes y se conservan, y que, por lo tanto, la razón puede reconocer y sólo considerando éstas condiciones es posible la percepción científica. Y es bajo esta premisa kantiana que en 1847,  resultado de sus trabajos en fisiología logra enunciar el principio de la conservación de la energía.

A pesar de sus numerosos trabajos como Fuerzas Electromotrices de Elementos Electroquímicos y Corrientes Galvánicas Resultantes de Diferencias de Concentración, Helmholtz alcanzó sus mayores éxitos a medida que supo plantearle a Heinrich Hertz, las preguntas adecuadas.  Resultado de ello, a finales de 1887 Hertz produce ondas electromagnéticas aplicando la teoría del campo electromagnético reelaborada por Helmholtz, que tiene su origen en Maxwell.

sábado, 14 de enero de 2012

Nube nueve


Por Douglas Alberto Gómez Reyes


Rojas de Cuauhtémoc, Oaxaca (Septiembre, 2011).
El camino era sinuoso, como suelen ser los caminos al Sur del Sur de México. El reloj estaba a escasos instantes de juntar sus manecillas para aplaudir en solemnidad y marcar las tres de la tarde del primer domingo de 2012. Hacía ya un par de horas que manejaba sin saber con claridad la distancia que me hacía falta recorrer para llegar a mi destino, y por tercera vez lamentaba el haber olvidado el mapa junto al florero con tulipanes sobre la mesa del comedor.

La carretera bifurcaba, orillé el automóvil, detuve su marcha, descendí y me alejé unos cuantos pasos. El cielo era azul y las nubes blancas. Durante algunos minutos contemple a cientos de tiernos borreguitos pastando alegremente en campos de azul y para cuando recobré la sensación del hecho de saberme “perdido” y enfrentado a la ambigua decisión de elegir entre la derecha e izquierda, en la radio se escuchaba down to love de Armin van Buuren feat. Ana Criado.

Subí de nuevo al automóvil, ajuste el cinturón de seguridad y miré otra vez al firmamento en busca de alguna señal pero no vi letrero alguno entre las nubes que me indicara o tan siquiera insinuara qué dirección tomar. Había que decidir, y por una “extraña” razón siempre instintivamente me inclino por la izquierda: esa tarde de invierno no fue la excepción, como tampoco lo será en el verano.

Recorrí cerca de 17 kilómetros hasta tener los primeros indicios que el rumbo era correcto y 3 kilómetros después sentí “estar en la nube nueve” cuando vi a los míos agitar las manos y segundos después, reclamar por mi demora.

En el camino de regreso, donde otrora pastaban cientos de borreguitos observé un Cúmulo Congestus que me figuraba había tenido la intención de convertirse en un Cumulonimbo, y fue entonces que recordé de nuevo la expresión inglesa “estar en la nube nueve”. Pero, ¿de dónde proviene esa alegre frase?

La expresión se remonta en el calendario al lejano año de 1896, denominado por la comunidad científica como el Año Internacional de las Nubes. Aquel año, un grupo de meteorólogos bajo la dirección del profesor H. Hildebrand Hildebrandsson del Observatorio Universitario de Uppsala, Suecia, y el profesor Ralph Abercromby de la Real Sociedad Meteorológica de Londres, reunieron a los expertos en el área en lo que se conoció como el “Comité de las Nubes”, con el propósito de generar un clasificación universal de las nubes.
 
Hasta antes de 1896 la clasificación de las nubes no estaba basada en un estándar universal y cada institución meteorológica del mundo generaba sus propios catálogos. Un siglo antes, el meteorólogo aficionado Luke Howard en 1802 había propuesto una clasificación de las nubes basada en el sistema Linneo, género y especie, similar a las utilizadas por la botánica y la zoología. Sin embargo las diversas incorporaciones realizadas al catálogo de Howard, habían generado ambigüedades al momento de clasificar las nubes.
 
Puesto que el estudio del clima depende de observaciones coordinadas que no estén limitadas por las fronteras entre los países así como de acuerdos en común dentro de la comunidad científica, fue por ello que en 1896 en el Año Internacional de las Nubes, el Comité de las Nubes publicó en la Conferencia Meteorológica Internacional de París, el Atlas Internacional de Nubes. Aquella primera edición catalogaba a la nube Cumulonimbo, la nube más alta de todos los géneros, en el número nueve de la lista, y por lo tanto, «estar en la nube nueve», significaba estar en la más alta.
 
El Atlas Internacional de las Nubes se ha editado desde entonces seis veces (1911, 1932, 1939, 1956, 1975, y 1995), y en la segunda edición se reestructuró el orden y el Cumulonimbo se ubicó en el lugar número diez, sin embargo la expresión estar en la nube nueve es claro que arraigó.
 
Ya en casa cerca de la medianoche cuando los borreguitos dormían y la Luna creciente iluminaba entre un velo de Cirros las flores del jardín, miré el mapa sobre la mesa del comedor junto a los tulipanes y tuve la sensación que me sonreía con cierto dejo de malicia, aunque en el fondo había sido yo quién por ese día lo había burlado.